“un beso de Dick” revisitado

Molano siempre está por ahí

A pesar de los esfuerzos, la novela “Un beso de Dick” sigue circulando casi clandestinamente. ¡Con lo que ha vendido!

Por Francisco Barrios

Publicado en Revista Arcadia 2010/06/22

Para el autor de Al diablo la maldita primavera, Alonso Sánchez Baute, Un beso de Dick debería ser de lectura obligatoria en el bachillerato para que los jóvenes afiancen su identidad de género. Según Alejandra Azuero, abogada, esta novela se atravesó “de una forma hermosa” en la construcción de su carácter político y sexual. Sánchez Baute tiene cuarenta y seis años, Azuero veintiocho, y Un beso de Dick dieciocho, desde que se publicara en 1992 gracias a la labor que como jurados del Premio de la Cámara de Comercio de Medellín hicieran Fernando Soto Aparicio, Carlos José Restrepo y Héctor Abad Faciolince. Este último vio en el autor un talento tan palpable que no sólo concertó para otorgarle el premio, sino que hizo lo que pudo entonces (cuando aún no era el autor de El olvido que seremos ni columnista de El Espectador) para difundir la obra de Molano. Y como en Oliver Twist, en el lecho de muerte del autor, en 1998, Abad alcanzó a llevarle su poemario Tus cosas en mi bolsillo, editado por la Universidad de Antioquia en donde se lee este poema: “Pero hacia mí la muerte se apresura/ En verdad, hace años la tengo/ pegada a mis talones, /soplándome su vaho en los carrillos./ Manos arriba contra la pared/ apretados los muslos y los ojos, /ella me tiene; /y aguardo, solo, a que por fin me aseste/ su triste golpe”.

Fernando Molano nació en Bogotá en 1961. Estudió Lingüística y Literatura en la Universidad Pedagógica y Cine y Televisión en la Universidad Nacional. En nueve meses, entre agosto de 1989 y abril de 1990, escribió Un beso de Dick, después de la muerte de su compañero Diego (quien como él más adelante, también murió de SIDA). Tal vez, como afirma Héctor Abad en un artículo que publicó en El malpensante a la muerte de Molano (y que después se convertiría en el prólogo a la tercera edición de la novela): “Fernando Molano empezó a escribir Un beso de Dick para prolongar, de alguna manera, la vida del compañero que se le acababa de morir por culpa del virus protagonista de los últimos decenios”.

Antes de que la novela se publicara, hace casi veinte años, ya era una novela de culto. Circulaba en fotocopias anilladas entre estudiantes de literatura, y esto, en buena medida, gracias a los oficios de lectores severos como el profesor Manuel Hernández Benavides. Hoy en día, además de la edición de la Cámara de Comercio, hay una reedición de Proyecto Editorial (2000) y otra de Editorial Babilonia (2002), prácticamente imposibles de conseguir. Por otro lado, hay un fragmento del diálogo final entre Felipe y Leonardo que circula por Internet en decenas de blogs de muchos jóvenes que no habían nacido cuando se publicó la novela y que en muchos casos están empezando a asumir su identidad sexual:

—No se vaya.

—…

—…

—No me deje ir.

En facebook existe un grupo llamado Seguidores de la obra de Fernando Molano que con sólo treintainueve integrantes, parece confirmar que la novela sigue siendo marginal. Sin embargo, una posible reedición por parte de alguna de las editoriales grandes parece empantanada por cuestiones legales con los herederos de los derechos.

Un beso de Dick narra el amor de dos adolescentes en los años ochenta, Felipe y Leonardo, quienes juegan en el mismo equipo de fútbol de 8° grado; hablan del fútbol profesional; celebran los goles (“Leonardo corriendo hacia mí para abrazarnos, y medio equipo viniéndose encima como para que nadie vea que juntamos las mejillas, su oreja acariciándome en los labios…”); se dan en la jeta (“De verdad cuando nos peleamos me dio un golpe que me dejó un morado en el pecho y yo me he hecho como mil veces la paja tocándome el dolorcito: es terrible…”); y se han acostado con sus amigas:

—¿Con Magdalena?

—Sí. Y con una amiga que vivía en la cuadra también.

—¿Y qué tal es?

—Es chévere…

—…

—Sí, es chévere. Pero es como ganarle un partido a un equipo malo.

También hacen exposiciones en clase y en uno de los diálogos mejor logrados de la literatura colombiana (entre Felipe y su padre, cuando la familia se entera de su homosexualidad), se imaginan burlas a la reprobación familiar y social a su amor.

Detrás de estos diálogos cargados de un humor que recuerda al de Manuel Puig, está la lectura que hiciera Molano de Oliver Twist, a quien su amigo Dick le da un beso antes de morir: “Pero uno lo lee, y Oliver…se ve como más hermoso cuanto más sufre: es tan raro. Uno como que se enamora de él por eso…Yo, por lo menos, casi deseaba que sufriera más para quererlo mucho”. Aparece también, aunque una sola vez en el monólogo de Felipe, la voz del autor adulto detrás del narrador: “A veces yo estoy por ahí (porque yo siempre estoy por ahí)”.

Como ha sucedido con Rafael Chaparro Madiedo, el también fallecido autor de Opio en las nubes (1992), Molano comparte su condición de autor de culto de una única novela (la segunda de Molano, Vista desde una acera, permanece inédita). Y a falta de reediciones más comerciales, las dos novelas han sido adaptadas para teatro con relativo éxito.

Hoy en día, en un país tal vez más conservador que el de la década de los noventa, cuando el pánico de contagiarse de SIDA parecía enturbiar cualquier relación y cualquier conversación, sería muy significativo que alguna editorial grande reeditara la novela para así sacarla de la marginalidad y difundirla a un público más amplio. Al hacerlo, no sólo se refrescaría el ambiente político —cultural y sexual­— sino, por encima de todo, el literario. Porque dejando de lado por un momento la discusión sobre si se debe hablar o no de una “literatura gay” y de si esta existe o no en Colombia, Un beso de Dick debería divulgarse más allá de la mera transcripción de algunos de sus maravillosos diálogos en blogs clandestinos de Internet. La novela merece una edición digna y seria que le haga justicia al olvidado talento de su autor.